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Historia de un retrato

Un día (hace 17 años) por primera vez dibuje a mi abuelito. Conforme con el resultado, le regalé mis trazos.

A él le fascinaba todo lo que yo pintaba y frecuentemente me decía “Usted tiene un don Adelita”. Sin embargo, ya habían pasado un par de meses y a pesar de entregarle el dibujo enmarcado, aún no lo había colgado.

Medio en broma, medio enserio, al momento de obsequeárselo, me manifestó su preocupación porque el retrato lo hacía verse muy viejo, con muchas arrugas. La verdad es que si se veía viejo y cansado, él era ya un anciano y la intensidad de las luces y sombras que generé con el lápiz grafito, le dio un realismo dramático al rostro.

Mi abuelo era un hombre alto y de contextura gruesa. Su prominente pancita, junto a su frondoso y plateado bigote, le daban un fuerte aire de bonachón. Tenía el cabello enrulado y decolorado por los años,  apenas bastaron unos pocos trazos grises sobre el papel blanco para darle volumen. La forma de sus ojos caídos, entristecía su profunda mirada. Su sonrisa un poco oculta entre sus bigotes, me parecía la facción mejor lograda en mi dibujo.

Creo que se sentía orgulloso de su aspecto de hombre fuerte. Casi nunca lo ví enfermo, y las pocas veces que lo estaba, lo ocultaba muy bien porque en su infinita bondad no quería preocupar a nadie.

Lo cierto es que aquel día antes de su muerte, él estaba realmente cansado, arrastraba sus pies cuando caminaba porque le pesaba hasta el alma, y como pocas veces se lo manifestó a mi madre.

Vivian con mi abuelita los dos solitos, y una enfermedad de ella le había generado a él años de mucho trabajo y entrega.
Con mi madre nos fuimos de su casa preocupadas, tristes en esa noche más oscura, buscando la forma de aliviarle su carga sin invadir la privacidad que mi abuelita celosamente cuidaba. Mientras conversábamos, se me vino a la mente la imagen de su retrato de anciano abatido, esa noche lo había visto sobre el piso, arrimado a la pared.

Al día siguiente, al final de la tarde, llegamos a casa con mi madre después de un largo caminar. Revisamos el contestador y teníamos tres mensajes de mi abuelita, mientras hablaba la voz se le quebraba y sollozaba, había encontrado a mi abuelito tirado en el piso, inconsciente.

Con el alma golpeada salimos a su encuentro. Al llegar, mí madre se fue junto con la ambulancia y yo me quede acompañando a mi abuelita. Ella estaba recostada en su cama de dos plazas, me arrime a su lado, lo había hecho tantas veces pero ahora era diferente, el lecho se sentía frío y enorme. Mi abuelito estaba muerto pero no podía decírselo todavía, su condición de salud era delicada. La abrace y lloré en silencio sin darme cuenta que mis lagrimas caerían en sus brazos. Espere pacientemente  que se quedará dormida para irme al comedor a descargar mi pena.Ya sentada en una silla me acerque a la mesa y sobre ella puse mi cabeza para darle tregua a mis pensamientos y desatar mi tristeza. Llore intensamente y cuando levanté mi rostro para incorporarme, lo ví enfrente mío, finalmente había colgado su retrato en la pared. Esa fue una de las últimas cosas que hizo antes irse. Sin importar nada, ahora estaba allí conmigo, y me miraba con su cara de hombre bueno.
Me dieron tantas ganas de abrazarlo y me salió un te quiero.
Fue en ese momento, que no sé cómo pero sentí, en el realismo dramático que le di al retrato, su sonrisa.

2 Comments

  1. Maria Garcia

    Que lindo escribes mi melli.. que lindo relato hermana,emotivos recuerdos. Beso

    Reply
  2. Mafer

    Una relato de un momento tan nostàlgico, pero a la vez tan humano, de la mano de el gran legado de amor que dejó tu abuelito. Marcó tu corazón de una manera tan hermosa, que tus palabras sobre él son muy dulces y a la vez transmiten tus sentimientos, me transportaron a pensar en mis abuelitos. Son historias distintas, pero lo rescatable es el amor que ellos demostraron en vida ❤hacia sus nietos.

    Reply

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Adela García

La Pintora

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